Una novela de crimen y misterio que empieza en un tono realista para sumergirse, poco a poco, en un mundo fantástico de poderoso impacto. Su protagonista es la psiquiatra de fama mundial Beatriz López Laredo, obsesionada por sacar adelante a un oscuro paciente que no reacciona a ninguno de sus estímulos. El primer gran desafío de su carrera la arrastra hacia fantasmas del pasado, mientras tiene que dirigir las dos clínicas que heredó de su detestado padre. Este conflicto hace brotar enigmas y violencias que cambiarán su vida y revelarán lo inimaginable.
Llamada de socorro – Horacio Otheguy Riveira
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Extracto | Tortitas a medianoche Tiene los ojos húmedos, la vista nublada, un ligero dolor de cabeza. El flexo que instaló en el coche no es suficiente, tiene que esforzarse para seguir leyendo. Coloca la cabeza hacia atrás para ponerse dos gotas en cada ojo y repasa mentalmente lo que acaba de leer, recorre cada sensación, reinventa las palabras, se ubica confortablemente en el siglo XIX por las calles de París, visita a George Duroy, Bel Ami, disfruta el contraste entre el lujo ajeno, las propias ambiciones y la miseria moral de unos y otras, las pasiones e intrigas que Guy de Maupassant relata a cierta distancia periodística, sin involucrarse demasiado, pero presente siempre con un estilo inconfundible bajo aquella luz escasa, amaneceres entre sábanas revueltas y un vaivén de personajes deambulando por su cabeza en busca de dinero, de fama, preferentemente juntos entre los brazos de una mujer que juega diversos roles, variadas máscaras hasta lograr su objetivo. Un objetivo tal vez oculto, quizás evidente solo para algunos elegidos. Vuelve a ajustar el limpiaparabrisas, las escobillas dejan el cristal impecable para mirar donde debe. Siempre alerta. Más aún en un día como hoy en que la espera resulta mucho más larga de lo normal. La panorámica es perfecta, pero no hay movimiento alguno. No aparece. A punto de quedarse dormido, después de horas de lectura y anotaciones al margen, se echa a caminar dando vueltas alrededor del coche y, tras algunos pasos por la acera, vuelve la mirada hacia el ascensor junto a la imponente escalera, por si se asoma, atento siempre para que ella no tenga que buscarle con la mirada. Solo lamenta no poder fumar. En ninguna parte puede fumar, salvo el día que libra. La señora no tolera el olor a cigarrillo y lo huele a mucha distancia por poco que sea: hasta un par de caladas terminan siendo descubiertas. Dice que se impregna la ropa, así que cuando fuma lo hace al aire libre, muy libre el aire para que se lleve los restos del humo que su jefa abomina. |
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