Estefania: el Comienzo – Paul Salgueiro

Mi madre agonizaba en aquella cama de hospital, a media mañana había venido el médico y no me había dado ninguna esperanza.
Estaba sentado a su lado, agarrándole su mano que hasta ahora era mi amarre, siempre habíamos vivido los dos solos. Ella desde niña trabajaba en una fábrica conservera y recuerdo ir las tardes de invierno a llevarle todos los días un poco de cascarilla con leche caliente en una tartera y un trozo de pan. Después la esperaba metido en la cama porque era la única forma de combatir el frío. Cuando llegaba siempre era noche cerrada y se lavaba en una tina con agua que calentaba en la cocina, recuerdo que por mucho que se lavara seguía oliendo como un pescado, creo que ya lo llevaba impregnado en la piel.
Abrió los ojos y me dijo que me acercara a ella.
—Dime mamá.
—Manuel, a partir de ahora tendrás que vivir tú solo, cuando llegues a casa, mira debajo de la baldosa de la pata derecha de la cabecera de la cama. Levántala, hay un poco de dinero que he ido ahorrando, cógelo y búscate una nueva casa donde vivir, sabes que el señor Guillermo tan pronto sepa que me he muerto, te echara fuera.
—Mamá, ¿tienes dolor?, quieres que vaya a buscar a la enfermera.
—Estoy muy cansada y siento no poder haberte dado mejor vida, hijo mío.
—Mamá, soy muy feliz a tu lado. Sabes que pronto me ascenderán en el trabajo y poder ganar más dinero, viviremos mejor y nos cambiaremos de casa. Buscaremos una que no tenga humedades y no nos entre el aire por las ventanas.
—No podrás contar conmigo, solo quiero que seas feliz hijo mío, te quiero.
Esas fueron las últimas palabras que escuche de mi madre. Porque lo siguiente que emitió fue como un suspiro y dejo de respirar. Salí a toda prisa al pasillo llamando a las enfermeras. Entraron dos y a continuación vino el doctor, yo me quede en el pasillo porque no me dejaron entrar.
—Su madre ha fallecido, lo siento, puede pasar y estar con ella hasta que la vengan a buscar, tendrá que avisar a su seguro para que se hagan cargo de su inhumación.
Pensé si mi madre tendría seguro. Tendría que ir a casa.
Volví a entrar en la habitación y allí estaba. Me acerqué a su lado y la vi con el semblante muy relajado, yo me sentí bien de verla así. Por fin estaba descansando. Toda su vida trabajando en aquella miserable fábrica, siempre mojada y oliendo a pescado.
—Mamá, ahora descansa que te lo mereces, seguro que allí a donde vayas tendrás una vida mejor. Dándole un beso en la frente, salí por última vez de aquella habitación y me marché a casa en busca de esos papeles y el resto de mis cosas. Seguramente cuando se enterara el señor Guillermo ya no me dejaría entrar.
—Manuel, ¿cómo está tu madre?
—Mucho mejor señor Guillermo… mucho mejor.
Entre en aquella casa inmunda y me fui directamente al dormitorio de mi madre, aparte la cama de la pared y levanté la baldosa. Había un hueco y una caja metálica de galletas, la abrí y dentro estaba el dinero, un anillo con una cadena y una carta.