La obra comienza con notas biográficas de Diógenes el cínico y de Alejandro Magno, con sus vicisitudes de juventud incluidas. En un momento determinado surge el tema del tesoro que los espartanos quisieron regalar, 65 años antes, al rey de Persia, para que les ayudara a arrasar Atenas y borrarla del mapa. Ese tesoro debía de estar en el palacio de Sínope, que es adonde se llevó y donde se quedó, y su custodio durante todos esos años ha sido el chambelán, Higinio. Aprovechando que Alejandro Magno va a hacer su entrada en Asia Menor para intentar conquistar todo el Imperio Persa, un grupo de personas, entre ellas Diógenes y Aegea, su mujer y una de las integrantes del grupo que llevó el tesoro al rey de Persia, desean hacerse con él.
Se narran las peripecias de la consecución del tesoro, con la colaboración de uno de los espías persas que acompañaron al grupo de espartanos cuando trataron de que el rey persa Artajerjes II lo aceptara. Por otra parte, Alejandro Magno no se conformó con conquistar el Imperio Persa, sino que puso su mirada en la India. Ante esto, Diógenes el cínico, que formaba parte de la corte de Alejandro, se mostró dispuesto a seguirle para conocer a los filósofos gimnosofistas, que ni siquiera tienen ropa y que comen lo que les ofrece la naturaleza, y de vez en cuando alguna persona.
Alejandro quiere seguir con sus conquistas, pero sus hombres están ya cansados de tantos años de campaña y desean volver a sus hogares. Al final cede y comienzan el viaje de vuelta, que Alejandro decide que sea bordeando el océano, por una zona de cientos de kilómetros de desierto que dejan su huella en el ejército. Por fin llegan a Babilonia, desde donde cada uno regresa a su casa. Pero dos siniestros personajes envenenan al conquistador y logran matarle. Una vez fallecido, se le trata como si fuera un dios. Si no hubiese muerto tan joven (33 años), ¿quién sabe qué nuevos territorios conquistaría y qué extensión tendría su imperio?
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